Recordatorio: hay que lavarse las manos antes de hacerse una glucemia.
Hace meses, cuando reclamamos a un centro de Salud de Alcalá de Guadaíra, el de La Oliva, que no le quitasen las tiras a un diabético tipo 2, socio de la ATPáncreas, que acudió a nosotros denunciándolo, lo primero que hicimos fue hablar con la directora del centro, la Dra. Encarnación Porras, que nos soltó aquella prenda sobre su opinión acerca de darnos o no tiras a los diabéticos mayores, los DM2: No, los diabéticos así no necesitan tiras, porque, entre oras cosas, el día que tienen una glucemia buena "se ponen morados de churros", y además, cuando tenemos tiritas nos ponemos a medirle el azúcar a todo el vecindario.
Pues yo, hace años, lo he hecho. Sí, y no me arrepiento ni un poco. He medido la glucemia capilar de personas que me lo han pedido, y lo hice a ciencia y conciencia sabiendo que la ley estaba de mi parte, y el Plan Integral de Diabetes de Andalucía me protegía. Que sí, que me protege, porque en el Plan se hace hincapié en la prevención. Ergo, si hay que prevenir por evitar gastos mayores, como ingresos por debut, ahí andamos los que sí tenemos tiras midiendo el azúcar al vecino que toque, por una razón simple: si le detectamos una hiperglucemia en un momento puntual, ahorramos dinero al SNS y ejercemos la prevención en primera persona, con dos cojones, evitándole al nuevo diabético mayores sufrimientos, y adelantando su paso a Primaria de cabeza, y no por Urgencias hospitalarias. A ciencia y conciencia, ya digo.
Pero evitar este "gasto" tan excesivo, como creía la señora Porras, es muy fácil si se hace lo que hacen en el Hospital Regional Carlos Haya. O se hacía, porque por cada idea buena que se aplica en la Sanidad, se la echa para atrás por triquiñuelas que van más allá de lo práctico; Cuando la idea viene de Málaga se la mira con lupa, y si se la puede tirar al wáter, mejor. Porque si hay que descubrir, que sea en la capital del reino.
En Málaga, a cada diabético se nos da un glucómetro (como a todos), y se nos recalca que sólo lo usemos nosotros. Cuando vamos a consulta llevamos nuestro diario en papel, como reflejo secundario de nuestros niveles glucémicos, y allí disponen de un periférico enganchado al ordenador de nuestros endocrinos que lee el glucómetro, y lo traduce a gráficos completísimos, con todos los datos que en él hay sobre el usuario único del aparatito, es decir, en mi caso, sobre mi menda. Yo me ahorro el coñazo de anotar cada cosita (que si antes de comer, cuántas horas antes o después, y todas esas gaitas) y todo aparece tal cual en pantalla. Se ahorra papel y esfuerzo, y se gana en exactitud, porque, seamos honestos, no hay ni un solo diabético que no haya hecho trampillas, y, por ejemplo, no haya escrito en el diario una glucemia desastrosa, por aquello de "vaya bronca me va a caer". Ya no hay tu tía, tengas lo que tengas saldrá en la gráfica, tu médico lo verá, y actuará con todos los datos en la mano. Un diabético, un glucómetro. Así de fácil. Y evitaríamos ese derroche insostenible (vaya plan) que dice la Dra. Porras que hacemos.
Cuando llevas años siendo diabética te sabes los pasos de memoria. Los pasos que tienes que seguir cuando te mides el azúcar, digo. Y hay cosas que se dan por aprendidas, como esto de lavarse las manos antes de pincharte. Pero es muy importante recordarlo, porque hoy debutarán otros muchos. Más vale repetir hasta la saciedad lo que creemos aprendido, a que ocurra lo que nos pasó en una ocasión.
Hace años, estando en casa de mi tía merendando y charlando alrededor de una mesa camilla confortable, muchos con su copita de moscatel y comiendo pestiños y torrijas semanasanteras, surgió la duda sobre quién de la familia era diabético. El "Huy, yo, que va, estoy genial" fue la respuesta de todos. Y empezó la duda a rondar por encima de la mesa como buitre leonado sobre una vaca muerta. La verdad es que aquello ya se había dicho tantas veces que ni le di importancia, y seguí hablando con mi primo Roberto, mi amigo del alma, sin apenas oirles. La duda hace estragos, y el arrepentimiento después de tragar, más. Y tras horas de cháchara, las que se sintieron más culpables, me dijeron que querían medirse el azúcar. Sin problema, más vale prevenir. Y les pasé mi "maquinita", porque entonces no estaba Málaga de por medio. Se la pasé y las dejé a su bola con las lancetas toreras nuevas (pagadas de mi bolsillo). Y se hizo el silencio. Aquellas dos mujeres de ojos claros se miraban la una a la otra con una cara de susto digna de la mejor foto. Qué pena de cámara. Dos gotitas de agua, una de mirada azul y la otra verde, acojonadas. En la pantallita había un cuatrocientos y pico como la copa de un pino. "Ay, madre mía, que me voy para el otro barrio" fue lo que se oía. Lo único que se me ocurrió fue preguntar si se habían lavado las dos las manos. Nerviositas perdidas y con un "no" en la boca fueron a lavarse hasta el corvejón, y ya sí, en serio, se las repitieron. Qué cuatrocientos ni qué cuatrocientos. La que sí estaba diagnosticada con una diabetes tenía dos gramos de vellón, y la que no, estaba dentro de lo normal tras un atragantón, dos horas antes, de repostería casera. Esas manos... ay, ay, ay.
Nunca le diré a nadie que deje de comer algo que le viene mal, de la misma manera que nunca dije "no fumes" a los que quise y se quemaron la vida. Allá cada cual. Pero lavarse las manitas, algo más simple que una pera, es fácil y necesario. El reactivo dará positivo y sumará no sólo lo que lleve de glúcidos tu sangre, sino también tus deditos, y podemos liarla. Así que o nos lavamos las manos o no dejamos ni una tira más, ea, que es un gasto. Amén.
Beatriz González Villegas.
|
Foto: Beatriz Mera. |