jueves 19 de mayo de 2011
Hace unos días me enteré que la doctora que atendió a mi hija según la sacaron de mí en Valme, la Dra. Aguayo, trabaja ahora en mi Virgen del Rocío.
Fue por casualidad, charlando con una de las gestoras del hospital sobre cómo politicuchos de tres perras al cuarto atacaron a todo ese lugar por conseguir unos votos. Aquello fue ya hace casi dos años. Estábamos entonces defendiendo la Endocrinología de Valme sabiendo como sabíamos que faltaba hasta sitio para un retinógrafo, del que nunca más se supo hasta que hicieron la obra nueva; Militando como militaba entonces, pardilla de mí, esperé apoyo de mi propio partido. Hete aquí que quisieron aprovechar que la última de la fila se ponía chulita para, ya de paso y así como quien no quiere la cosa, denunciar que todo el Hospital de Valme iba de culo. Me negué, y acabé dimitiendo, porque allí hay Unidades de Gestión Clínica que son un orgullo.
Entonces, de lo que sí teníamos constancia era de las cosas que faltaban en Endo, comparándolo con los otros dos HH.UU. sevillanos. Además, lo que nos interesaba es que todos los políticos del pueblo se unieran reclamando lo que faltaba (que así es como se hizo) y no exigirlo desde un solo partido. Se presentó la moción conjunta y se aprobó por unanimidad, y fue el principio. Seguimos pueblo a pueblo, hasta que llegamos a esas consultas nuevas que hay ahora y que tanto me gustan.
Experiencias como esa te abren los ojos, y una vez vista la luz, tomas decisiones como la de presentar la dimisión por escrito y hasta en verso si hace falta. Las militancias son lo que son, y si por militancia tu libertad se queda atrás, adios muy buenas. Libre te quiero, como cantaba Amancio.
En aquellas fechas yo era beneficiaria de Asisa. Santa Isabel ha sido desde que era pequeña mi segunda casa, y he visto crecer la plantilla y envejecer a mis médicos, pero aún me duele recordar todo aquello del nacimiento de mi hija. Hoy no creo que haya muchos lugares como Santa Isabel, que, a pesar de ser una clínica privada donde han de mirar el coste asistencial, apostaron por mi embarazo de altísimo riesgo e hicieron posible que yo siga viva y que mi hija también.
Lo más duro de todo aquello no fue mi primera diálisis estando como una bola. Tampoco fue el ingreso de 72 días. No. Lo peor fue que al no tener Santa Isabel UCI para prematuros nos separasen una vez nació. Y nació en Valme.
Hay imágenes que nunca se me borran de la cabeza. Una de esas imágenes, la más importante si no me equivoco, la que habla es la doctora Aguayo. Yo no podía, porque lloraba. Me dijeron que vendría la ambulancia a llevarme de nuevo a mi clínica, y sentí un pellizco fuerte, pero no dije nada. Las cosas eran así. Y llegó ella. Estaba enfadada. Hablaba rápido y no recuerdo cada una de sus palabras. Sólo que ella no quería que separasen a la madre de la hija, y sin esperar a celador alguno cogió mi cama y la movió hasta dentro de la UCI. Y me dijo "no quiero que te vayas, pero quiero que veas a tu niña, que está aquí", agarrándome la mano.
Nunca olvidaré aquella imagen. Nunca olvidaré aquel detalle de humanidad.
A los seis meses de mi trasplante estuve ingresada un mes. Se hizo largo, aunque vivimos momentos divertidos mi compañera y yo. Ella se acababa de trasplantar después de pasar dieciocho años en diálisis. Desde mocita, como diría mi abuelo. Yo estaba con rechazo. Si ya es difícil la convivencia cuando no te duele nada, estando como estábamos a veces se hacía muy dura, sobre todo cuando a alguna de las dos nos caían malas noticias. Y en uno de esos momentos de bajón, mi compi me dijo que había sido muy egoísta habiendo sido madre, porque no había pensado en el día de mañana, y había parido una huérfana. En aquel momento aquello fue peor que una patada en los huevos, la verdad, pero tiene razón, y siempre lo asumí. Además, leches, lo lógico es que todos algún día seamos huérfanos.
Qué mal lo pasamos las dos. Cada frase se hacía un mundo. Pasamos casi un día sin apenas hablarnos, pero dejaron que saliera del módulo de trasplantes vestida de verde marciano y enmascarillada porque vino mi familia a verme desde Sevilla. Mientras pasaban los días en el Carlos Haya mi niña había crecido. Al verla, que soy de moco fácil, me emocioné. Y con una tranquilidad pasmosa me soltó un "mami, tranquila, esto son cosas de la vida", en un abrazo. Llevo temiendo no poder enseñarle a defenderse desde Valme, que no me de tiempo a inculcarle valores, a hablarle de esa libertad que siempre me preocupó, a que no importa lo malo que estés para luchar y disfrutar luchando. Son muchas cosas. Pero entonces me quedó claro que todo iba bien, por más que la horfandad sobrevuele nuestras cabezas.
Y hoy ha sido mejor aún. Llevamos meses cambiando los muebles de sitio. Cosas de las reformas. Hoy me quejaba que desde mi lugar en la mesa no veo bien la tele, así que decidimos sortear los sitios, pero ella se negaba. Por fastidiarle más que nada, como gané elegir la primera, me quedé con el suyo y sin parar de reir me senté y le quité su plato. Me guiñó el ojo con una sonrisa. "Ah, ¿sí? Pues me monto mi #15M", y se ha ido a comer a la cocina, y por más que le cantábamos la Internacional no hizo un gesto.
No, no lo hemos hecho tan mal. Hoy no he cabido en el pellejo de alegría viendo cómo ya tengo menos cosas que enseñarle. Con mi niña antisistema sólo puedo sentirme orgullosa.
Más quisieran vivir otros toda una vida de padres y poder experimentar esto, que sus descendientes tengan opinión propia y asuman ser libres antes de los 40.
Beatriz González Villegas.