miércoles, 16 de abril de 2014

Los trasplantes y ‎Hollywood

¡¡¡¡Cuánto daño ha hecho el cine americano cateto al mundo de los trasplantes (y alguna que otra serie española, también)!!!!!
 

Si en el país del león de La Metro, con dinero te ponen hasta un calcetín de nariz, si te empeñas, no nos puede extrañar que se hayan tirado tantos rollos sobre trasplantes imposibles. Lo malo es que muchos no ven más allá de las películas, y pondrían la mano en el fuego, si hiciera falta, en defensa de la veracidad que los peliculeros nos narran.

Tiene guasa que en nuestro país se penalicen las campañas personales de donación de órganos, porque queda feo, y porque los que piensan temen que eso nos lleve al lado oscuro. Tiene más guasa que se permitan películas donde un héroe guapetón va regalando sus órganos de uno en uno, persona por persona: a tí, mi hígado; tú, porque me sale de ahí, mis pulmones; y tú, que estás como un queso, te quedas mi corazón. Qué bonito es el amor, como siempre en primavera, y más si me pongo con él las botas a base de taquilla.

¿Os acordáis de Siete Almas, y Will Smith haciendo de diosecillo repartidor? Eso, visto por una trasplantada, no es un drama: es cachondeo. Pero, si nos tragamos Frankenstein, a partir de ahí cuela todo.

Más difícil es acordarse de "Jarri"el sucio haciendo de agente del efebeí en Deuda de Sangre, pero más de lo mismo. Aquí la guasa no está solo en cómo le toca al bueno el corazón donado, sino cómo se salta el tratamiento inmunosupresor a su bola, sin hacer ni rechazo ni nada, mientras salta tras de un asesino cual rana entre charcos. ¡La madre que lo parió! Terminator a su lado era chatarrilla. Clint Eastwood, limpio o sucio, es duro de pelar, vale, pero, oigan, ni una plasmaféresis que se llevó...

Lo de John Q ya es harina de otro costal. Otro mal ejemplo a seguir, imposible de todas todas, pero creíble en la tierra de Tío Gilito. Si aquí nos topásemos con un Juan G., la historia sería menos de guión de cine: Juan G. se montaría perfiles en las redes sociales, y en un pispás la gente pondría el grito en el cielo. Pero, si no hay corazón, no hay corazón. Y no dependerá de que se pueda comprar o no, sino que no lo hay, y punto. Punto final para Juanito G, hijo, por triste que sea. Así hemos vivido ya algunos casos de niños que se han quedado esperando. 


 

Aquí no hay que tener seguro de pago. Sólo órganos. Y en la versión española, tal y como lo está haciendo hoy por hoy Eduardo Rangel, Juan G. estaría metido hasta las trancas en esto de conseguir más donantes a base de sensibilización. La madre de Eduardo no llegó a recibir el órgano que necesitaba. Ahora él corre Donando Vidas. Por cierto, no olvidéis que estaremos con él en su camino. Los de Sevilla, en la Plaza de España, el mismo día 1 de mayo.

Volviendo al cine, y a nuestro país, no puedo dejar de contaros lo que pasó en el Hospital La Fe de Valencia. Un hombre llegó pidiendo su tarjeta de donante. Hasta ahí, todo normal. Que lo pida estando  de los nervios, y rechace la ayuda del equipo de la Coordinación, eso ya es filón hollybudiano; y que acabe con un tiro en la sesera, queriendo hacer su santa voluntad, eso ya... ni Will Smith. 

No tengo ni idea si se ha podido cumplir esa voluntad, pero entiendo que no. Los donantes han de serlo estando cuerdos, y a este pobre hombre parece que se le había ido la pinza. 

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Si cada persona que manifiesta querer donar sus órganos pudiera serlo, nunca habría listas de espera; pero se tienen que cumplir muchas condiciones: fallecer en un centro hospitalario, que la familia acepte, salvo que haya firmado eso de la Declaración de Voluntad Anticipada; que las causas de la muerte no generen duda alguna (no valen asesinados, ni suicidados, que sean susceptibles de autopsia); que haya muerte cerebral... vamos, un rosario de condiciones. Así que, señores suicidas, si de verdad quieren donar, háganlo en vida, todo lo que se pueda donar (al menos un riñón, y un trozo de hígado), que las prisas son muy malas. Luego ya verán como el dar hace que vuelva el sentido a la vida y desaparezca la idea del The end. Eso, para las películas.



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Medidas desesperadas
Beatriz González Villegas.