Que en redes sociales como facebook abundan, detrás de perfiles oscuros, muchos timadores es algo que no escapa a nadie. A mi me ha tocado conocer el del tocomocho para discapacitados.
Su forma de actuar, a través de un perfil que no responde a nombre alguno, sino a la descripción de su incapacidad, es curiosa. Llama la atención los pocos contactos que tiene, menos de 60, y en su mayoría mujeres, de esas que sienten pena hasta viendo Omaita. Es un hombre inteligente y hábil, muy hábil, de los que gritan o lloran en porcentajes iguales según convenga, y como minusválido se muestra una víctima del sistema.
Bucea en perfiles abiertos, de esos en los que cualquiera puede asomar la nariz, otear el horizonte, y de este modo va captando posibles víctimas. Un día, que cuelgas una noticia y te quejas de lo mal que estamos, él, a modo de anzuelo, te deja un comentario solidario. Otro, te manda un mensaje privado y te cuenta su dura situación, y antes que llegue el tercero te explica cómo él, justiciero de la Tesorería de la Seguridad Social, cual zorro enmascarado, ofrece una salida agarrándose a la ley. Sí, a la ley, porque, como bien explica, si la ley no te ayuda y no te da opción a trabajar tienes derecho a estudiartela hasta usarla a tu beneficio.
Una vez calentados motores toca asentar la confianza y pedirte el teléfono. Todo lo ilegal te lo contará por ese medio. Así garantiza que no quede ni una sola palabra escrita. Y ahí sí, ya se explaya como cerdo en un patatal y te ofrece el tocomocho.
Él es autónomo. Te contrataría para su empresa. Pero te exige dos condiciones: que tengas 180 días cotizados antes de estar en paro, y que esté vigente tu certificado de minusvalía. Si cumples los requisitos principales, hay más. Firmáis, pero al día siguiente a ser contratado has de darte de baja. Ya ahí él te da ideas: desde por agravamiento de tu enfermedad hasta mentir fingiendo una caída. Te jurará por sus muertos que nunca interviene inspección, y mientras él te jura tú te ves sopesando riesgos, ilegalidades, peligros y ganancias. Otra condición más es que una vez se firme todo, cerréis cuentas. Sí, sí. Tú vas a cobrar la incapacidad laboral, que es "la situación en la que se encuentra el trabajador que transitoriamente no puede desarrollar las tareas propias de su puesto de trabajo", pero él también ha de cobrar desplazamiento y molestias.
Si todo sale bien, tú, como nueva defraudadora, estarás percibiendo un dinero sin haber movido un dedito. Él, al contratar a un discapacitado se ahorra el importe correspondiente a la seguridad social del empleado; pero hay más, por solidario y darte trabajo en tu situación hasta puede cobrar subvenciones de esas que salen de fondos europeos.
Negocio redondo para el trilero: le pagas tú, y le paga el Estado. "Todo legal, todo legal", como él decía.
El otro día leí que estaba congregando a discapacitados, desde su muro público de la red social, para manifestarse en Madrid contra el desamparo que sufrimos. Vamos, soltó no un anzuelo, sino carnada en masa, a ver si en lugar de un pez pillaba un banco de arenques entero. Sin acritud le sugerí que iban a confundir esa manifestación con otra cosa, y me salió con su chulería típica, defendiendo su disfraz de zorro de la pradera. Las truchas que se le escapan no son bien acogidas ya en su murito de plastilina. Y me puse a llamar a distintos sitios para investigar a fondo si al pieza se le podía frenar, o era otro caso más de "ancha es Castilla".
En el Servicio de Empleo de esa Comunidad no tenían ni idea dónde mandarme. Lo que sí tenía claro cada uno de los funcionarios que me atendieron es que el caso apestaba y que en sus manos no lo querían. Y todo era un "llama a tal número". Para colmo era un delito intercomunitario, puesto que se desplazaba por el país como la gripe, sin que nadie lo impida, válgame Dios. Luego, también me aconsejaron preguntar aquí en el SAE. Y viendo que el despiste era mayor que el mío acudí a quien mejor nos representa en estos casos, un comité que hay en este país que protege a los minusválidos y que tiene hasta asesoría jurídica. Todos los que trabajan en estas instituciones, desde el SAE al último comité, no lo hacen gratis ni son Hermanitas de la Caridad. Cobran, como el defraudador. Y todos pidieron informe por escrito. El trabajito para mí. Tanto comité como inspección me dicen que me vaya al juzgado de guardia, una vez leído el caso, y que allí denuncie con los datos de él que tengo: un supuesto apellido, un teléfono fijo suyo y otro móvil, un perfil del facebook y una dirección de correo electrónico. Hoy por hoy todos los móviles han de estar indentificados con un documento de identidad detrás. Y con eso sería más que suficiente.
He aclarado mis dudas, sí. Pero viendo la desgana que hay aquí de poner cascabeles a los gatos que se están llevando el dinero público, después de pensar y pensar, me he dado un plazo. Sí, claro. Un plazo más que justo. Si llamo a los bomberos denunciando que mi casa está ardiendo no me dicen que les haga un plano exhaustivo de la finca y que luego me pasarán por fax un dibujo de un extintor, sino que vienen, y rápido. Si llamo a la policía para decirles que me han entrado a casa y me están robando no me aconsejan esposar al caco yo misma, sola y sin más armas que mi escoba y mi fregona, no; vienen. Lo hacen ellos. Entonces, ¿por qué demonios tengo que irme yo al juzgado de guardia, con mi cojera y mis dolores para caminar, después de los informes y las explicaciones, si los que cobran son ellos? El de Palencia, porque hace lo que no tiene que hacer. Y los que cobran, porque no hacen lo que tienen que hacer. No; no señor. Si tiene que haber un superhéroe, vale con el zorro y su disfraz. Entre otras cosas, porque yo con la máscara sería, tal y como está el machismo lingüístico, una meretriz, y a eso sí que no estoy dispuesta, por muy mal que estén las arcas de la Tesorería, las mismas que a nadie parece importar vaciar.
Beatriz González Villegas.
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