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domingo, 27 de marzo de 2011

El Pabellón Vasco y las estrellas de la primera planta.

jueves 24 de marzo de 2011




El otro día, hablando de las nuevas pulseras que han impuesto en el Virgen del Rocío, ya comenté la amabilidad de los que trabajan en el Pabellón Vasco, que oficialmente se llama Hospital Duque del Infantado.
Pues ayer, pegado en el tablón de anuncios que tienen los sindicatos, a la derecha del ascensor de la planta baja, me quedé mirando esto que he colgado. No entendí bien qué era aquello, porque cada mañana me paro remirando lo mismo, que si un seminario del año tal, o una convocatoria cual, y todo ordenado dentro de la vitrina. Este papel estaba pegado, sobre el cristal, dejado a su suerte pudiendo ser arrancado, o todas esas cosas que a veces se les ocurren a algunos. Pero no, ahí estaba limpito y compuesto con el siguiente texto:

Al Director y Jefa de Personal del 
Duque del Infantado. 3ª Planta.
Para que sepan que el personal que 
tienen es muy humano y cariñoso con
todas las personas mayores, por lo
que no ponen pegas.

Yo, Sonia Álvarez Zapata, con DNI 
xxxxxxxxxx, y mi madre, Felisa
Zapata García, con DNI xxxxxxxxxx
queremos dar las gracias a todos los
auxiliares, ATS, médicos/as,
administrativos/as y limpiadores/as
por todo su trabajo.

Gracias por ser tan humanos.

Esperaba encontrarme a Cecilia en su despacho, pero era demasiado temprano, y se me olvidó comentárselo a su compañera. Después, dentro, todo fue como cada día, con un "Hola, Bea, ¿ya estás aquí? Pásate para acá", y esperar a Fernanda que hoy acababa su tratamiento. Toda aquella familiaridad se te hace tan normal que hasta se te olvida lo importante. Pero cuando ya vino Paula con los preparos para empezar, se lo dije: "¿A que no has visto el cartelito que había abajo, donde los ascensores?", y le conté. Paula no se había dado cuenta siquiera. Se puso un instante seria, con el sistema en una mano, y luego me miró sonriendo. Alguna vez es bueno que nos digan cosas bonitas, es lo único que dijo. 

Al poco llegaron otras pacientes, Fernanda, y Ani, una a la que no conocíamos, pero también asidua. Y ya no paramos de cotillear entre agujas, y bombas como metrónomos que marcan el compás del tiempo que allí pasamos, contándonos de todo un poco, y bromeando para que no pese tanto el tratamiento. La última fue una señora muy mayor, acompañada con un hijo con cara de no saber dónde estaba, y de miedo. Ella, muy dispuesta, le preguntó a Carmen que qué edad le echaban. Ochenta y muchos, ya ni me acuerdo. 

Trabajar aquí, con pacientes como nosotras, que en lugar de venas no sabemos ni qué tenemos, y con cuerpos rotos por la edad o por enfermedades largas y duras (como decía el chiste verde) no es sencillo, y sin embargo parece un juego de niños para ellas. El día que llegué llorando y tiritando de frío les faltó tiempo para acogerme y quitarle importancia al dolor y arroparme con la manta eléctrica, que sirve hasta para mostrar venas donde no quedan. Son un equipo que saca lo mejor que tienen por vocación, porque dudo mucho que nadie pueda pagar lo que nos dan, salvo que nos toque la primitiva y tengamos para un piscolabis con palacete para cada una: Mónica, Concha, Carmen, Inma, Paula...

Sí, Gracias por ser tan humanos.


Beatriz González Villegas.

Mi pulserita nueva.

miércoles 16 de marzo de 2011

Sigo alrededor de mi valvulopatía, y en estas semanas se han tomado decisiones importantes. Me van a hacer la sustitución de la válvula aórtica, y antes hay que seguir un proceso protocolario: desde radiografías, análisis, pasando por el cateterismo... y mientras tanto, y preparándome para la intervención, un poco de hierro para mantener la anemia a raya.     



En el Centro de Diagnóstico (el famoso CDT del Virgen del Rocío) el anestesista me derivó al Pabellón Vasco, y hace unos diez días que voy allí tres veces por semana. La primera mañana, la del susto, que no sabes qué es aquello, ni con quién te encontrarás. La segunda, ya empiezas a conocer al equipo, los nombres de las enfermeras y de las auxiliares; y para el lunes siguiente, aquel lugar raro deja de serlo, para formar parte de tu nuevo espacio. 

Para los que hemos vivido mucho tiempo en hospitales llega un momento en el que sientes esa zona de goteros y batas blancas como tuya. Será el carácter afable del equipo del Duque del Infantado, que es el nombre oficial del sitio este, o qué sé yo, pero esta vez ha sido fácil. Y en ese ambiente de "hola, Beatriz", el lunes pasado nos llegó una novedad: las pulseritas.

Los de arriba dicen ahora que antes de comenzar uno de los muchísimos tratamientos que nos ponemos en esto del Duque del Infantado, en la primera planta, hemos de ir a Secretaría y pedirle a Cecilia nuestra pulsera nueva. La noticia llegó con todos enchufados y nuestras enfermeras corriendo. Con ese sentido del humor que gastan, gracias a Dios, empezó la guasa, cuando cada uno de nosotros preguntaba "pero esto, ¿qué es?".

"Un todo incluido. Eso es. Y ahora cuando nos desenchufen, bajamos a la cafetería, que entra el cafelito gratis. Igualito, igualito, que en República Dominicana".

En mi pulserita de plástico pone mi nombre, ni número de historia clínica, la del HUVR, no de otro lado, y hasta mi fecha de nacimiento. No sabemos para qué será a ciencia cierta, pero sí que es un modo más de control. Cuando los tratamientos se piden desde un centro, y se administran en otro, está bien esto de la informática y los datos, y saber qué, quién y cuándo. Luego, si queremos ir a protestar (como sé yo de algunos que lo hacen) porque no se les pone tal o cual día la cita para hacerse vaya a saber qué historias, siempre se puede tirar de archivo, y ver los plantones que damos, o no damos, y los servicios que hacemos de nuestra Sanidad Pública, o no, a golpe de ratón.

Me gusta mi pulsera, como me gusta de igual modo saber sin lugar a error qué me ponen, y cuándo, y mandado por quién. Porque esa información le será útil a quien me meta mano en quirófano, luego también lo será para mí. Si llevo años pidiendo centralización de la información, no seré yo la que chiste en contra de estas nuevas pulseras de un solo uso. Nunca me gustaron las de oro, pero estas me garantizan mi salud, así que hoy por hoy son de platino.


Platino o no, es mi visión, sólo eso. Los que sabéis razones, reid si os apetece, que siempre es mejor que llorar. Mi pulsera, sea o no rentable, o efectiva, me hace sentirme más de casa aún, y más segura. En quirófano oiré al equipo que toque como parte de mi vida, como las otras veces. A mi me vale. 




*Nota aclaratoria: no se os ocurra ir enseñando la pulsera a la cafetería. La Sanidad es un lujo en otros países. Aquí, el que quiere cafelito o está ingresado o se lo paga a tocateja. El Pabellón Vasco no es un crucero con todo pagado, ni un viaje al Caribe, por más que desde la cafetería se vean hojas de plátano tropicales. 


Beatriz González Villegas.