miércoles 16 de marzo de 2011
En el Centro de Diagnóstico (el famoso CDT del Virgen del Rocío) el anestesista me derivó al Pabellón Vasco, y hace unos diez días que voy allí tres veces por semana. La primera mañana, la del susto, que no sabes qué es aquello, ni con quién te encontrarás. La segunda, ya empiezas a conocer al equipo, los nombres de las enfermeras y de las auxiliares; y para el lunes siguiente, aquel lugar raro deja de serlo, para formar parte de tu nuevo espacio.
Para los que hemos vivido mucho tiempo en hospitales llega un momento en el que sientes esa zona de goteros y batas blancas como tuya. Será el carácter afable del equipo del Duque del Infantado, que es el nombre oficial del sitio este, o qué sé yo, pero esta vez ha sido fácil. Y en ese ambiente de "hola, Beatriz", el lunes pasado nos llegó una novedad: las pulseritas.
Los de arriba dicen ahora que antes de comenzar uno de los muchísimos tratamientos que nos ponemos en esto del Duque del Infantado, en la primera planta, hemos de ir a Secretaría y pedirle a Cecilia nuestra pulsera nueva. La noticia llegó con todos enchufados y nuestras enfermeras corriendo. Con ese sentido del humor que gastan, gracias a Dios, empezó la guasa, cuando cada uno de nosotros preguntaba "pero esto, ¿qué es?".
"Un todo incluido. Eso es. Y ahora cuando nos desenchufen, bajamos a la cafetería, que entra el cafelito gratis. Igualito, igualito, que en República Dominicana".
En mi pulserita de plástico pone mi nombre, ni número de historia clínica, la del HUVR, no de otro lado, y hasta mi fecha de nacimiento. No sabemos para qué será a ciencia cierta, pero sí que es un modo más de control. Cuando los tratamientos se piden desde un centro, y se administran en otro, está bien esto de la informática y los datos, y saber qué, quién y cuándo. Luego, si queremos ir a protestar (como sé yo de algunos que lo hacen) porque no se les pone tal o cual día la cita para hacerse vaya a saber qué historias, siempre se puede tirar de archivo, y ver los plantones que damos, o no damos, y los servicios que hacemos de nuestra Sanidad Pública, o no, a golpe de ratón.
Me gusta mi pulsera, como me gusta de igual modo saber sin lugar a error qué me ponen, y cuándo, y mandado por quién. Porque esa información le será útil a quien me meta mano en quirófano, luego también lo será para mí. Si llevo años pidiendo centralización de la información, no seré yo la que chiste en contra de estas nuevas pulseras de un solo uso. Nunca me gustaron las de oro, pero estas me garantizan mi salud, así que hoy por hoy son de platino.
Platino o no, es mi visión, sólo eso. Los que sabéis razones, reid si os apetece, que siempre es mejor que llorar. Mi pulsera, sea o no rentable, o efectiva, me hace sentirme más de casa aún, y más segura. En quirófano oiré al equipo que toque como parte de mi vida, como las otras veces. A mi me vale.
*Nota aclaratoria: no se os ocurra ir enseñando la pulsera a la cafetería. La Sanidad es un lujo en otros países. Aquí, el que quiere cafelito o está ingresado o se lo paga a tocateja. El Pabellón Vasco no es un crucero con todo pagado, ni un viaje al Caribe, por más que desde la cafetería se vean hojas de plátano tropicales.
Beatriz González Villegas.