Ayer, mientras íbamos en el coche sin saber dónde tirar, con un chucha-chups de actiq (puritita morfina) en la boca, y llorando, pusimos la radio, y, mire usted por dónde, ahí estaban hablando del Modelo Sanitario que aún disfrutamos.
Que si el país que más gasta en Sanidad (no, no, allí es sanidad) es Estados Unidos; que si en España se cumplen 25 años de la Ley General de la Sanidad Española, que si es viable o no lo que hoy tenemos, etc. Hablaban comentaristas que andan con cagaleras por irse en un crucero allende los mares, y lo hacen ex cátedra. Manda huevos, como decía otro que tan bien vive.
La sostenibilidad del Sistema Sanitario depende de decisiones políticas, y con la crisis, y los políticos que hay, de aquí a nada tendrán morfina los que puedan pagarla. En seguida que vienen los listos sanos a hablar de cortes de gastos hablan de racionar, o más cursi aún, priorizar. Los usuarios, nosotros, los que nos morimos de dolor porque en su día no nos quisieron atender, porque no respondíamos a los criterios asistenciales a los que ellos están sujetos (y eso que aún hay dinerito), los usuarios, digo, tenemos mucho que decir. Que ya está bien de callar.
La Sanidad es un lujo que ha costado muchos años conseguir como un derecho. Que en España vamos ocho veces al año al médico, el doble de veces que en Europa, y que por eso digan los que disfrutan de la privada que somos (el resto, ¡eh!, ellos, no) hipocondríacos, egoístas y narcisistas es dejarnos insultar y apalear sin más. Ni por los tres telediarios que me quedan estoy dispuesta a oir a dechados de virtudes así.
Conozco la sanidad privada. He sido una niña de Asisa desde que tengo memoria de lo que es una consulta. Siempre estuve encantada con mi clínica y mis profesionales. Eran los míos. Y cuando, en 2005, conocí nuestra Seguridad Social, con nuestros Centros de Salud públicos y nuestros hospitales, también públicos, pude entender bien, y desde mi pellejo, lo mucho que teníamos y la calidad abismal que separaba ambos sistemas: como diabética, lo que hay en el SAS es muchísimo mejor que lo que hay en las compañías privadas. La Educación en Diabetes sólo la tuve en la Unidad de Gestión de Endocrinología y Nutrición del Virgen del Rocío. Y aprendí a comer. Todo lo que necesité: pruebas, tratamientos, centros, ... todo lo gestionaban desde esa Unidad, centralizando la atención sobre mí, la enferma. Y todo lo que hasta entonces había sido un temor para mí: colas interminables, listas de espera, habitaciones con dos enfermas más, etc... todo eso se desmontó sobre la realidad que viví. Vale, hicieron un exhorcismo una vez en mi cuarto, pero la cosa quedó en anécdota, porque a cambio salí aquella vez de alta con mi fístula para diálisis hecha sin haber esperado ni tres meses desde que la prescribieron.
Estoy harta de oir a usuarios quejicas de los que pretenden llegar y besar el santo en la puerta del consultorio, como lo estoy también de los sanos que no tienen ni idea de lo que se cuece en las salas de espera de clínicas privadas: mucho Vogue por fuera y 20 minutos por dentro, algo así como el Rufino de Luz Casal. Harta de los que dicen saber porque les contaron, no porque vivieron. Los muy enfermos como yo, los crónicos, los ancianos, no somos eso que pintan los que todo su problema es ir enconjuntadas a la emisora: no somos reiterativos ni abusivos. Somos enfermos. Quiten lo que sobra, como las mariscadas en representación de no sé quién; penalicen conductas no saludables, como conducir poniendo el morro del coche tuneado en el culo del utilitario cargado de niños y madre de familia, y dejennos morir en paz, y atendidos.
Mi viaje terminó en la Facultad de Podología. Allí un profesor y varios alumnos me pusieron betadine y algo que ralentiza su efecto. Ellos saben bien lo que hacen. Y ni gobiernan, ni dicen a otros cómo hacer las cosas. Al salir tiré a la papelera mi pañuelo lleno de rabia y mocos. Arrastrando mi pie incurable.
Beatriz González Villegas.
Sobrevivir es como exponer. El éxito no sólo está en la inspiración del que pinta, también en la del que cuelga, aunque sea daltónico. Foto: Beatriz Mera. |